LA BELLEZA CALVA - Sobre Alejandro de la Sota

Alberto Campo Baeza

"Está uno cansado de ver cómo se persigue la belleza y la bondad de las cosas (tal vez sean lo mismo) con añadidos embellecedores, sabiendo que no está ahí el secreto. Decía mi inolvidable amigo J. A. Coderch que si se supone que la última belleza es como una preciosa cabeza calva (por ejemplo, Nefertiti) es necesario haberle arrancado cabello a cabello, pelo a pelo, con el dolor del arranque de cada uno, uno a uno, de ellos. Con dolor tenemos que arrancar de nuestras obras los cabellos que nos impiden llegar a su final sencillo, sencillo. Ese deseo podría ser, acompañado tal vez de alguno por el estilo, un principio de la presentación del libro. La sencillez sencilla." Estas expresivas palabras del arquitecto español Alejandro de la Sota (Pontevedra, 1913) cierran el libro sobre su obra (Ed. Pronaos. Madrid, 1990) y definen con precisión la postura ante la arquitectura, y ante la vida, de este verdadero maestro.

Su maestría, reconocida por fin en nuestro país en los últimos años (Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 1986 y Medalla de Oro de la Arquitectura del Consejo Superior de Arquitectos de España en 1988) viene ahora a ser reconocida internacionalmente.

El maestro que fuera rechazado injustamente por la Universidad Española en unas polémicas oposiciones (¿dónde han ido ‐a la deriva‐ aquéllos que consiguieron ganarlas?) es ahora justamente valorado por los europeos con una magna exposición en pleno centro de una de las ciudades más internacionales del viejo continente: Zürich. La patria de Le Corbusier aplaudiendo a Sota.
La exposición es una versión mejorada y aumentada de la que tuvo lugar en Harvard y luego en Madrid. En un claro recorrido de la obra de Sota a través de grandes fotografías y maquetas se intercala una abundante documentación de planos y dibujos originales, acabando en un pequeño recinto que acoge algunos de los muebles diseñados ¡con casi nada! por Sota. Todo ello, presidiendo el gran vestíbulo central del edificio que Gotfried Semper hizo para la Escuela Politécnica de Zürich el siglo pasado, a los acordes de la música de Wagner.

Y con otra música, más callada, se van desplegando serena y silenciosamente ante los ojos asombrados de los europeos las obras del maestro español. Puedo dar fe de que, y no sólo en la visita con mis alumnos de la ETH, siempre encontré la exposición repleta de público.

Y así, paso a paso, pasamos de la racional naturalidad del sevillano pueblo de Esquivel (1955) al sobrio cubismo (¡la época plástica!) del poblado de Fuencarral de Madrid (1955). O de la tensa racionalidad de los talleres TABSA de Barajas (1957) a la primitiva fuerza del remozado (con la eficaz colaboración de José Llinás) Gobierno Civil de Tarragona (1954‐1957)

Como obligada pausa en el recorrido, una enorme imagen en color de esa fascinante y certera idea (Luz y Construcción) que es el Gimnasio del Colegio Maravillas de Madrid (1961) sobre el que hace poco publicaba William Curtis un espléndido texto analítico donde subrayaba el rigor intelectual y la penetración poética de esta paradigmática obra de Sota. Se continúa el recorrido con esas tres cajas de cristal de extremada exquisitez que son los proyectos, no construídos, del Centro Parroquial de Vitoria (1957), las oficinas de Bankunión en Madrid (1970) y las oficinas de Aviaco, también en Madrid (1957). Y las viviendas de piedra de Salamanca (1963), y el Colegio Mayor César Carlos (1976) y el edificio de Correos de León (1981) y la Embajada de España en París, etc.

Y, ¿cómo es la arquitectura de Sota para que cause este fuerte impacto a los arquitectos europeos a estas alturas?

¿Es quizás la arquitectura de Sota la que cabría esperarse de un "auténtico español", una arquitectura "torera" de grandes gestos y expresivas maneras, de solemnes capotazos, volapiés y muletazos de desplantes y estocazos? Nada más lejos de la callada sencillez del maestro.

La arquitectura de Sota, como la de Mies Van der Rohe o la de Arne Jacobsen (por citar al alemán y al danés para que ustedes puedan entenderlo). posee esa extremada elegancia del gesto justo, de la frase exacta que de tan precisa roza el silencio. Silencio de su obra y de su persona que posee la difícil capacidad de la fascinación. Tan cerca de la poesía, del aliento poético, de la música callada.

Los españoles, los arquitectos españoles, han interpretado casi siempre esta precisión conceptual y este ascetismo formal de Sota, como algo poco vernáculo, internacionalizante, como venido de fuera.

Los europeos, los arquitectos europeos, interpretaban esta claridad de ideas y esta sencillez de formas como algo específico de la sobriedad y la austeridad españolas. La otra cara de la moneda cuya cruz torera más nos significa. Ellos, que esperaban encontrarse con un arquitecto español torero ¡ay Bofill!, no salen de su asombro ante tamaña sencillez. Y en su sorpresa ante la belleza sin pelos de la arquitectura sotiana, aumenta su admiración.

Y Alejandro de la Sota, ¡arquitecto! ¡arquitecto! por encima de unos y de otros, lejos de internacionalismos o de ascetismos no buscados, hablará con palabras y con obras de la sencilla sencillez.

La arquitectura de Sota, como la de Luis Barragán o la de Sigurd Lewerentz (por citar al mejicano y al sueco para que ustedes sigan entendiendo), posee esa difícil naturalidad del material humilde que situado adecuadamente es capaz de sugerirnos inusitadas calidades. Como cuando la palabra acertadamente colocada nos produce la vibración poética.

Muchos de los actuales arquitectos europeos utilizan los materiales de construcción, los más y los
menos nuevos, como coartada (ellos hablan de tecnología y de materiales industriales) para en un impúdico exhibicionismo de las más curiosas texturas y colores, en un alarde de exotismo pseudotecnológico, llenar con sus imágenes muchas de las revistas españolas y extranjeras de arquitectura. Latas perforadas, desplegadas y corrugadas, vidrios serigrafiados y oxidados cortenes se convierten en protagonistas cuando se olvidan la Luz y el Espacio.

Algunos de los actuales arquitectos españoles, a imagen y semejanza de aquellos, con más inclinación al efecto cinematográfico que a la permanencia arquitectónica, y quizás con el plausible deseo de encontrar hueco en aquellas publicaciones, también practican esa corriente del exotismo pseudotecnológico.

Y Alejandro de la Sota, ¡sencilla sencillez!, por encima de unos y de otros, lejos de exhibicionismos y de protagonismos personales, utiliza los materiales más avanzados con una inusitada naturalidad.

Mientras otros, casi todos, entendiendo la arquitectura a modo de toreo, torean (capotazo va, estocazo viene; volumen descompuesto va, color alicaído viene), Sota, en los tentaderos, se pasea sereno entre los toros que se rinden a su paso.

Mientras otros, casi todos, agitan sus materiales sintiéndose modernos al exhibirlos (aluminio va, uralita viene; prelacado va, corrugado viene), Sota se pasea, como despistado, al margen de ellos, con sus sencillos materiales bajo el brazo.

Mientras otros, casi todos, construyen y desconstruyen formas, según se lleve, y modernean y postmodernean estilos según se traiga, Sota se retira despacito por la otra orilla, sonriendo maliciosamente y, despacito despacito, levanta ideas para siempre. Ideas sin pelos de una calva e
inmarcesible belleza.

En mi más reciente conversación con Sota, con ocasión de esta exposición suya en Zürich, encontré al maestro mejor que nunca, con esa su proverbial claridad mental que parece transmitir a través de esa su limpísima mirada, mientras, como siempre, hablaba al margen de la arquitectura y me leía, como susurrándolos, unos versos bellísimos de Gil de Biedma.

FUENTE: Campo Baeza, Alberto. La idea construida. Nobuko, Buenos Aires, 2005